LA CRÍTICA NECESARIA Y ÚTIL, Y SU DISTORSIÓN
CUANDO DEFIENDE INTERESES PLUTOCRÁTICOS
MAXIMILIANO CASTILLO R.
La democracia no puede sobrevivir y menos fortalecerse y consolidarse sin la crítica a los excesos, fallas, omisiones, arbitrariedades, desaciertos y corrupción del poder público. Y nada genera tanta autosuficiencia, autocomplacencia y autoengaño como los elogios, y más los expresados por intereses mercenarios, a los gobernantes.
El pensamiento único no es de los sistemas democráticos, sino de las dictaduras, y un gobernante fuerte, con respaldo social, debe respetar la crítica plural y prestar oídos a quienes no piensan como él, porque el señalamiento de errores, aun cuando sean con dolo, muchas veces tiene razón de ser, y por lo tanto, contribuyen a corregirlos y a mejorar el funcionamiento de las instituciones.
No hay discusión en esto. En realidad la crítica al entramado institucional y los malos resultados de su gestión justifica la existencia de los medios informativos. Si no informan con veracidad, suficiencia y oportunidad, y no reflexionan sobre lo que ocurre traicionan los intereses de sus lectores, radioescuchas, televidentes y seguidores de sus redes sociales.
En la realidad no hay crítica mala, ni crítica buena: la necesidad y conveniencia de toda crítica y su naturaleza y efectos las determinan las bases sobre las cuales se formulan; es decir, son útiles cuando parten de la realidad y no lo son cuando se sustentan en el desconocimiento o, peor aún, en el dolo, y son mucho más nocivas cuando tienen como finalidad la extorsión y el chantaje.
En estos momentos los grandes medios informativos ejercen la libertad de expresión como no lo habían hecho desde el efímero gobierno de Francisco I. Madero. No tienen cortapisa, y eso es bueno, pero no pueden, ni deben dejarse de señalar los objetivos de la crítica y las bases sobre las que se fundan. Se trata de cuestionamientos al nuevo gobierno hechos no desde la conveniencia de los intereses de la mayoría, sino de los del reducido número de quienes integran la plutocracia en México, subordinada al capital financiero mundial.
Como lo hemos sostenido aquí desde hace tiempo, los grandes medios informativos impresos y electrónicos pertenecen a los dueños de la riqueza en el país, y además de negocios rentables en sí durante décadas, por los ríos de dinero recibidos por concepto de publicidad gubernamental (60 mil millones de pesos durante el sexenio de Enrique Peña Nieto), más dinero en efectivo y sin factura, cumplen otras tareas.
Esos intereses económicos poderosísimos los convirtieron en instrumento de chantaje, intimidación, extorsión y sometimiento de los representantes de las instituciones a los intereses de quienes en los últimos 36 años concentraron los beneficios derivados del esfuerzo de todos los mexicanos. Y quieren seguir igual. No aceptan moderar siquiera el régimen de privilegios que les permitió acumular sus fortunas.
Entre esos privilegios destaca uno en especial: la condonación y devolución de impuestos. Cálculos de expertos ubican en más de un billón 500 mil millones de pesos el monto de los impuestos perdonados. Todavía horas antes de dejar el cargo, el anterior presidente condonó más de mil millones de pesos de gravámenes a los más ricos del país, incluyendo a los dueños de los bancos.
Y para seguir así, desde sus medios buscan debilitar al presidente Andrés Manuel López Obrador, con críticas basadas en mentira, exageración de los errores y en el colmo del dolo, al atribuirle al mandatario, sin presentar pruebas sólidas, intenciones antidemocráticas.