EL GEM Y LOS LIBROS QUE REGALA: A LOS TIANGUIS
ÁNGEL CHOPÍN CORTÉS
(Segunda y última parte)
Otro libro que en el tianguis que visité esperaba que alguien se inclinara a recogerlo, a rescatarlo, es “Joyas mexiquenses del Bicentenario”, cuya presentación la escribió el gobernador en turno en ese tiempo, Enrique Peña Nieto, y la introducción, Agustín Gasca Pliego, director general del Instituto Mexiquense de Cultura. Su precio de lista en las librerías (Centro Toluqueño de Escritores) es de 350 pesos, pero en el tianguis me costó 30 pesos (aproximadamente el 8 por ciento de lo que costaba inicialmente).
Los dos primeros libros fueron publicados por el Fondo Editorial del Estado de México, y forman parte de la llamada “Colección Mayor”, porque son obras conmemorativas; la tercera, la editó el Instituto Mexiquense de Cultura (ahora Secretaría de Cultura), en coedición con CONACULTA y Origen del Arte, en 2011.
Pero mi sorpresa no para ahí: también estaban dos libros del buen amigo Alexander Naime: “Ciudad invisible” y “Pecado de omisión”, editados por el Instituto Mexiquense de Cultura en 2007. Cuando los vi por primera vez (hace como tres años) en la librería del Centro Toluqueño de Escritores (CTE) tenían un precio de 190 pesos. Ahora en el tianguis pagué 15 pesos por cada uno.
Sin embargo, mi sorpresa fue mayor cuando vi el libro “Vida y confesiones de Óscar Wilde”, escrito por Frank Harris, en el que narra todo el proceso que terminó con el encarcelamiento de Wilde, acusado de homosexual. El libro se editó en España en 1928.
¿En que consiste la sorpresa si es un libro común como todos? En esto: que trae en las páginas 3 y 199 el sello que dice: “Donado por el Dr. Ángel Bassols Batalla. De la biblioteca personal del Ing. Narciso Bassols Batalla”. ¿Cómo vino a parar este libro al tianguis? ¿Quién fue su dueño más reciente? Porque ahora es mío. Me costó 40 pesos.
Los libros que nos hacen “viajar sin que nos movamos”, que nos desnudan y nos visten porque son los únicos que en sus páginas detienen el tiempo, no merecen morir así. Pero ahí están, tristes y nostálgicos oliendo a legumbres, a perfume de tianguis algunos; otros, en terapia intensiva llenos de polvo, sin que les broten ninguna gota de sangre, ni una gota de lágrima.