OPORTUNA PROPUESTA DE CEPAL
PARA LA ETAPA POSPANDEMIA
URGE ABANDONAR UN MODELO ECONÓMICO RAPAZ,
INSACIABLE, Y CORRUPTO, PERO ¿SERÁ POSIBLE?
La Organización de las Naciones Unidas (ONU), directamente y por conducto de su agencia Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), está alertando desde hace unos años sobre la necesidad de abandonar el modelo económico neoliberal, por ser depredador del bienestar de la mayoría de la población mundial y concentrador de la riqueza en pocas manos en cada nación.
Impuesto a escala planetaria a partir de la década de los ochenta del siglo pasado, con Chile como antecedente y laboratorio desde 1973, el neoliberalismo y su globalización fue presentado e impulsado con dolo como la solución a los problemas de escaso desarrollo, pobreza y endeudamiento, mediante una mayor inversión, los avances científicos y la transferencia de tecnología de países avanzados a los subdesarrollados.
El embate al estado de bienestar se intensificó con los acuerdos y objetivos del Consenso de Washington y se agudizó más con el desmantelamiento del campo socialista, iniciado en la primavera de 1990 y concluido en el invierno de 1991, lo cual constituyó el triunfo ideológico, al menos temporal, del capitalismo sobre el sistema socialista, con la consiguiente hegemonía del primero en el mundo.
La acumulación más rápida de riqueza exigía el debilitamiento del Estado en los países, su reducción al mínimo posible, su renuncia a la rectoría económica, para dejar todo en manos del mercado. La propaganda ideológica acuñó la frase del ‘Estado obeso’, al cual había que “adelgazar” para hacerlo eficaz y abaratar su operación, con el fin de liberar fondos públicos para atender las necesidades de los pobres y sacarlos de esa condición.
En los hechos “adelgazar” significó el retiro del Estado de cualquier actividad económica, la venta de empresas públicas al sector privada a precios de ganga, el desmantelamiento del sistema legal de protección a los amplios sectores vulnerables, el perdón de impuestos. La verdad, un Estado sin presencia en la economía siempre será frágil, incapaz de cumplir su papel irrenunciable (en teoría) como rector de la economía.
En este proceso del “adelgazamiento” del Estado se inscribe el abandono y quiebra de los sistemas nacionales de salud, evidenciados ahora por la pandemia del Covid-19, la privatización de una gran porción de los servicios de salud y educativos. La pandemia desnudó igualmente la criminal inequitativa distribución de la riqueza, con el aumento de la pobreza y la pobreza extrema en el mundo, la exclusión del bienestar de miles de millones de seres humanos.
La emergencia sanitaria será superada o reducida al mínimo sus efectos más graves, pero los problemas de pobreza, pobreza extrema y marginación de los servicios básicos de la mayoría y la concentración de la riqueza se mantendrán mientras no se diseñen y ejecuten políticas de Estado que conduzcan al abandono del neoliberalismo.
No hay discusión en que es necesario hacerle justicia social a los desposeídos del mundo o “condenados de la tierra” de que escribió Frantz Fanon, pero el problema es que no todos, ni la mayoría de los jefes de Estado quieren dejar el neoliberalismo, ya ni se diga de las autoridades menores como gobernadores o alcaldes en el caso mexicano. Y los interesados en ello enfrentarán la resistencia al cambio de parte de los usufructuarios del modelo económico depredador del bienestar social y concentrador de la riqueza.