Hace dos años, como hoy, los mexicanos decidieron ponerle fin a un modelo económico depredador, sostenido por corrupto, inepto y al servicio casi exclusivo de los dueños de la riqueza del país, en detrimento de más de 80 millones de habitantes del país, muchos de ellos en pobreza extrema.
De nada sirvieron las campañas de desprestigio en los medios informativos para evitar el triunfo del ahora presidente López Obrador, como lo habían logrado en 2006 y 2012. Más de 31 millones de electores aplastaron en las urnas a los candidatos presidenciales del PAN y el PRI, castigados por haber dotado a la nación malos gobiernos panistas y priísta; sobre todo, por su desinterés de resolver los problemas comunes de la mayoría.
El año y siete meses del nuevo gobierno ha sido extremadamente difícil: los grandes empresarios boicotearon la economía y no invirtieron, para que la economía dejara de crecer y retrocediera, en su estrategia destinada a recuperar el poder fáctico que tuvieron cuando los presidentes de la República estaban a su servicio y de sus intereses económicos.
La situación se complicó más para el gobierno de la cuarta transformación, por la pandemia de Covid-19, que lo obligó a destinar esfuerzos y tiempo a atenderla, en medio de la campaña de desprestigio que no ha cesado; al contrario, se recrudeció en un uso ruín de la tragedia.
