LA PROTESTA EN VARIOS FRENTES…
2 de octubre no se olvida, Ayotzinapa tampoco.
Jairo A. Tell
Es de llamar la atención, que en las últimas semanas las protestas se hayan recrudecido y escalado a niveles de escándalo. El gobierno de la 4T, encabezado por Andrés Manuel López Obrador ya no siente lo duro, sino lo tupido y por ahora se muestra cauto y hasta cierto punto tranquilo, pues los intentos por desestabilizar a su gobierno han sido estériles; no obstante se deben tomar en cuenta ciertas señales que son indicativo de algo muy grave y lesivo tanto para el gobierno, como para el pueblo. Ni Aguilar Camín, ni Gilberto Lozano ni los gobernadores disidentes, y mucho menos Carlos Loret o Ciro Gómez Leyva han podido siquiera tambalear al gobierno en turno y la razón es clara: el pueblo está harto de la corrupción, de la impunidad, del saqueo, del nepotismo y del tráfico de influencias.
En otro orden de ideas, el 2 de octubre pasado, hace exactamente 52 años, fue perpetrada la matanza en la plaza de las tres culturas de Tlatelolco. Concebida, planeada, ejecutada y encubierta desde las más altas esferas del gobierno. Este genocidio tuvo como objetivo primordial acabar de raíz con el movimiento estudiantil del 68, el cual, amparado en las libertades democráticas de petición, reunión y protesta ciudadana, en muy poco tiempo se convirtió en una fuerza real de oposición, capaz de desafiar al régimen autoritario del gobierno en turno, acostumbrado por décadas al sometimiento incondicional, a la disuasión de todo intento de organización política de protesta mediante el encarcelamiento o asesinato de los lideres disidentes. Por supuesto, nada que ver con la tolerancia, mesura y forma de enfrentar los problemas de ese viejo lobo de mar llamado López Obrador que hasta al más pintado le ha dado la vuelta, no importa si es un político internacional, un gobernador rijoso, un intelectual orgánico, o un pseudoperiodista.
Tristemente celebramos un aniversario más de la matanza en esa la plaza teñida de rojo, evento que marco invariablemente el pasado y el presente de la vida política de nuestro país. Este abominable hecho fue llevado a cabo por el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz en contra de los jóvenes estudiantes de la UNAM y del Politécnico (IPN). El movimiento del 68 se puede dividir en dos: el movimiento público estudiantil, popular, social del que prácticamente se sabe todo, y el movimiento oscuro en los entretelones del poder, del que prácticamente nadie sabe nada. La noche de Tlatelolco es el gran testimonio que ha quedado para la posteridad y Elena Poniatowska, se ha convertido en la cronista más fidedigna de la matanza que no se olvida. Vivió Elena los atroces acontecimientos de aquella fecha en que la cerrazón y el autoritarismo hicieron acto de presencia; pero también vivió el luto de la eterna noche y en su libro encontró las palabras justas para transmitirnos el horror vivido en la plaza ensangrentada, plaza mártir para siempre. Si Elena fue la cronista, el general Marcelino García Barragán, Secretario de la defensa nacional en el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz, fue el fiscal de ese 2 de octubre teñido de color purpura. El movimiento estudiantil del 68 ahora tiene mucho que ver con los 43 Normalistas desaparecidos de Ayotzinapa, y con el actual movimiento social de protesta. En el fallo final de la noche de Tlatelolco, se asentó que las pruebas aportadas por el Ministerio público no permitían atribuir responsabilidad penal a persona alguna. Con ello se dio forma a la inaudita paradoja del genocidio sin genocidas, lo que propicio que este abominable crimen fuese cubierto con el fétido manto de la impunidad.
Tal como ocurrió con la “Verdad histórica” en el caso Ayotzinapa presentada en su momento por Murillo Karam, entonces procurador general de la república en contubernio con Tomas Cerón de Lucio. Tan obsceno disimulo ha constituido un caldo de cultivo que hizo posible la comisión de subsecuentes crímenes de lesa humanidad, como las torturas, ejecuciones sumarias y desapariciones forzadas; las masacres de Acteal, Aguas Blancas, El Charco, El Bosque, Atenco, Apatzingán, Ecuadureo, Tanhuato, Tlatlaya, Nochistlán y por supuesto Ayotzinapa.