Augusto L. Robles
(Primera parte)
El jueves de esta semana, al tocar tangencialmente el asunto de la toma del Capitolio en Washington, el presidente Andrés Manuel López Obrador advirtió sobre un tema de vital importancia para las democracias: la fragilidad de la libertad de expresión.
De manera particular se refirió a la censura de la cual ha sido objeto el presidente de los Estado Unidos, Donald Trump, en las plataformas de Twitter y Facebook, y llamó la atención sobre la facultad que tienen los directivos de esas empresas para decidir quién sí y quién no, qué sí y qué no o cuándo sí y cuándo no se publica algo de acuerdo con sus criterios, comparándolos incluso con la ‘inquisición’.
Lo dicho por el presidente de México es verdad. Durante años, al menos en nuestro país, ha habido una lucha silenciosa por democratizar los medios y el acceso a la información. Y esa lucha dio un viraje importante a favor de la libertad de expresión con la aparición de las redes sociales. ‘Benditas redes sociales’ recuerda el mandatario cada que le dan ocasión.
Desde hace unos años, la manera como la gente, en especial los más jóvenes, se informa ha cambiado de manera irreversible. El internet, pero especialmente las redes sociales se han convertido en una herramienta de comunicación incomparable. Si bien en México la gente aún se informa en un 60 por ciento a través de la televisión, en estos momentos hasta un 30% lo hace ya a través de las redes sociales, desplazando a la prensa escrita y la radio, pero sobre todo a la prensa, a porcentajes casi irrelevantes.
La migración en los hábitos de información de las nuevas generaciones ha permitido la constitución de poderes fácticos cuasi monopólicos en cuestión de redes sociales, los cuales están conscientes de su crecido y creciente poder, y se perfilan ya como actores suprapolíticos. (Continuará)
