Riqueza Acaparada, Pobreza y Tráfico de Influencias

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RIQUEZA ACAPARADA, POBREZA

Y EL TRÁFICO DE INFLUENCIA

EN MÉXICO LAS GRANDES FORTUNAS FORMADAS, NO

POR EL GENIO EMPRESARIAL, SÍ POR LA CORRUPCIÓN

Economistas pro-empresariales, como Sergio Sarmiento, sostienen que por envidia se insiste mucho en condenar la desigualdad económica, y descartan que la concentración de la riqueza produzca pobreza. Coinciden con las convicciones y teorías de Ricardo Salinas Pliego sobre el tema, con quien el articulista de “Reforma” colabora.

El empresario, dueño de Televisión Azteca, es uno de los más depredadores de la economía popular, con su modelo de negocios basado en la venta de mercancías a crédito a los sectores de bajos ingresos y un sistema de préstamo igualmente oneroso para los deudores.

Las conclusiones de los economistas como Sarmiento son equivocadas, pues parten de premisas falsas en el caso de México, y deliberadamente pasan por alto una de las características de la acumulación de capital aquí, distinta a la de otros países capitalistas desarrollados: la transferencia de fondos públicos mediante diversas modalidades al patrimonio de conglomerados empresariales.

Es decir, las grandes fortunas, con las excepciones de la regla, no se explican por el genio empresarial, sino por la corrupción, el tráfico de influencia y el amparo del poder público, proporcionado desde la cúpula del sistema político e institucional del país. Así fue al menos hasta noviembre de 2018.

Los ejemplos de ello abundan y para no irnos muy lejos, basta revisar el perdón fiscal otorgado por los presidentes Felipe Calderón Hinojosa y Enrique Peña Nieto a los no más de 12 mil empresarios más ricos de México, llamados elegante y falsamente “grandes contribuyentes”: no aportaban al fisco.

En esos dos últimos sexenios los titulares del Poder Ejecutivo les perdonaron 413 mil millones de pesos que debían cubrir sobre sus ganancias. En estas condiciones y con este tráfico de influencia y transferencia de fondos públicos a cuentas bancarias privadas, porque eso significó condonar el pago de las contribuciones sobre utilidades, no es difícil hacerse rico.

Empero los beneficios productos del régimen de privilegios no se limitaban al perdón fiscal: incluía la evasión fiscal mediante la acreditación de gastos empresariales con facturas falsas, los contratos para compra de bienes y servicios y obras públicas con excesivos sobreprecios, las diversas modalidades de concesiones.

Al final todo esto se traducía en una competencia desleal para los empresarios honestos y cumplidos con el fisco, y pérdidas de ingresos públicos, por lo cual no podían ejecutarse programas de gobierno para frenar y revertir el proceso de empobrecimiento de la mayoría de las familias mexicanas; al contrario, la pobreza se extendía y la riqueza se concentraba, lo que niegan los economistas por-empresariales.

En estricto rigor, los “grandes contribuyentes”, que no contribuían, no operaban con las reglas del libre mercado, sino de facto se beneficiaban de un paternalismo gubernamental en su favor, como lo muestra la información publicada como nota principal de portada en este número de “El Espectador”. No es, pues, verdad que la desigualdad económica y la concentración de la riqueza no produzca en México pobreza. Esa teoría puede responder a la realidad en otros países, no en el nuestro.

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