*La jerarquía delictiva de los Arellano Félix era muy superior a la del hijo del “Chapo”.
De la redacción
Por la débil memoria colectiva, inducida además por los medios, pero también por el asedio al gobierno de la cuarta transformación por parte de sus adversarios ideológicos, a más de año y medio del operativo, se sigue hablando de fracaso de los esfuerzos para detener a Ovidio Guzmán López, hijo del “Chapo” Guzmán. Y se presenta como un hecho sin precedente en la historia del país.
Hace 27 años ocurrió algo peor y en condiciones menos riesgosas para la población y el gobierno de Carlos Salinas de Gortari: éste dejó irse tranquilamente a Benjamín y Ramón Arellano Félix, jefes del grupo delictivo más poderosos de la República en ese tiempo. Estaban bien ubicados en el D.F., ahora Ciudad de México. Y eran muchas veces más peligrosos e importantes en el universo criminal que Guzmán López.
De acuerdo con lo que después se informó oficialmente, los mandos del “Cartel de los Arellano Félix” y del “Cartel de Tijuana”, se presentaron en diciembre de 1993 a la Nunciatura Apostólica, para entrevistarse con el representante del Vaticano en México, Girolamo Prigione, un poderoso representante papal y aliado de Salinas de Gortari, según una revisión de “El Espectador”.
Llegaron para aclararle al jerarca religioso que ellos no fueron autores intelectuales de la ejecución, 7 meses antes, del cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo, en el Aeropuerto Internacional de Guadalajara, como era la creencia general.
El cardenal y arzobispo de Guadalajara fue víctima de un ataque directo en el estacionamiento de esa terminal aérea, cuando llegó a recoger, precisamente, a Prigione, quien viajaba de la capital del país a la de Jalisco, el 24 de mayo de 1993.
La versión inicial del gobierno de Salinas de Gortari fue que a Posadas Ocampo lo confundieron con Joaquín “El Chapo” Guzmán, lo cual pocos creyeron, porque el religioso iba vestido con la indumentaria de su alta jerarquía y, además, era un hombre alto y robusto, todo lo contrario al físico del dirigente del “Cartel de Sinaloa”.
Ocurrió una balacera en la cual murieron varios pistoleros y personas inocentes, pero el supuesto objetivo del ataque “El Chapo”, quien viajaba a Puerto Vallarta, salió ileso. Después fue perseguido y capturado en Guatemala y extraditado a México.
Prigione acudió a “Los Pinos” e informó a Carlos Salinas de Gortari y a Jorge Carpizo, procurador general de la República (se encontraban juntos) de la presencia de los capos en la Nunciatura.
Salinas decidió no intentar su captura, “para no poner en riesgo a personas inocentes”, según explicó después, pues “gente armada de los Arellano Félix estaba en la zona de la Nunciatura”.
No hubo un escándalo por ello, como ocurrió con el hijo del “Chapo”, y el PAN, ya desde entonces aliado y legitimador del triunfo electoral fraudulento del presidente, nada dijo. No pidió la renuncia de nadie ni consideró al gobernante protector de los capos. Los medios informativos mucho tiempo después dieron a conocer lo ocurrido, pero sin armar un escándalo ni insistir en el fracaso del entonces presidente Carlos Salinas de Gortari.
Se recuerda este evento porque hace unas semanas se cumplieron 28 años de sucedido, y la verdad de ese asesinato aún se discute, la versión oficial ya nadie la cree.