De la Redacción
La segunda derrota militar más dolorosa para Estados Unidos se consumó esta semana al huir del país el presidente de Afganistán Ashraf Ghani y sus principales colaboradores. Fue también la invasión más prolongada de Estados Unidos en su historia (a México lo despojó de la mitad de su territorio, pero se retiró pronto), y la más costosa: 20 años y dos billones de dólares con cerca de 200 mil muertos, la mayoría afganos, pero también miles de estadounidenses y cientos de británicos.
La Invasión y derrocamiento del régimen Talibán -quien junto con la organización terrorista Al Qaeda fueron financiadas y apoyadas por Estados Unidos-, en represalia por los atentados a a las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001, se efectuó apenas un mes después de esos atentados, pero dos décadas después el Talibán volvió al poder, más radicalizado, más teocrático y más hostil hacia los Estados Unidos.
Los rebeldes afganos, a su vez, antes aliados y respaldados con fondos, adiestramiento y armamento estadounidenses, acumularon una segunda victoria sobre potencias militares, pues entre 1970 y 1980 sostuvieron una lucha exitosa contra la invasión de la entonces Unión Soviética, que culminó con su triunfo, mediante la guerra de guerrillas, en las cuales destacó como líder un en ese tiempo joven multimillonaria saudí: Osama Bin Laden, entrenado por la CIA.
A Estados Unidos le interesaba e interesa Afganistán, no por sus recursos naturales, sino por su posición estratégica en el Centro de Asia, dentro de su geopolítica contra Rusia, pero ahora cargó con la derrota. Le concedía y concede tanta importancia que su embajada tenía acreditadas a 4 mil 500 personas, entre asesores y capacitadores militares, la mayoría espías y personal militar con credenciales de diplomáticos.
La vuelta del Talibán también es una vitoria póstuma para Osama Bin Laden, asesinado en Pakistán por fuerzas de élites del ejército de Estados Unidos, con información de inteligencia de la CIA.