De la Redacción
Perú, un país con grandes contrastes y una oligarquía primitiva y clasista, también padece una clase política desprestigiada y corrupta, cuyos representantes en el Congreso carecen de un alto respaldo popular, de acuerdo con las últimas encuestas, levantadas días antes de que el parlamento destituyera al presidente Pedro Castillo.
El mismo ahora exgobernante perdió respaldo social de forma acelerada, pues antes de ser obligado a dejar el cargo su aprobación iba del 22 al 31 por ciento, según las casas encargadas de levantar las muestras, siendo que había ganado el cargo con más del 50 por ciento, aunque con poca ventaja sobre Keiko Fujimori, favorita de la oligarquía y los intereses internacionales e hija del encarcelado presidente Alberto Fujimori, acusado de corrupto y de cometer genocidio.
Peor es el caso de los miembros del Congreso, pues las mismas encuestas arrojan como resultado una aprobación social de entre el 8 y el 11 por ciento; es decir, en el mejor de los casos tienen la desaprobación del 89 por ciento y, en el peor, del 92 por ciento, lo cual convierte a la democracia peruana en una de las de menor calidad del mundo.
La clase política y gobernante no resuelve los problemas de la población, sino que están dedicadas a la lucha por el poder, como lo prueban los seis presidentes (la actual es la primera mujer en la presidencia) que Perú ha tenido del 2016 a la fecha. Por corrupción han salido, y en varios casos la corruptora fue “Odebrecht”, muy conocida por los sobornos a políticos y funcionarios mexicanos.