De la Redacción
El caso los cuerpos mutilados y sepultados clandestinamente en una bodega, conocido por la detención de cuatro individuos en Tenancingo resulta preocupante por la serie de circunstancias socialmente perniciosas que lo rodean. Pudiera ser real que se trató de un ajuste de cuentas entre puros criminales, pero aun así, es malo, porque no debe considerarse normal que unos delincuentes ejecuten a otros delincuentes.
En este caso la situación se agrava, porque las fosas clandestinas fueron localizadas a unos 22 kilómetros de las sedes de los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial del Estado de México; es decir, si a esa corta distancia de la capital mexiquense la delincuencia organizada hace y deshace y decide quien vive y quien muere, ya es de imaginar lo que ocurre en los sitios más alejados de Toluca.
Poco se reflexiona sobre los motivos de estas masacres, pero esos móviles son, precisamente, los que deben examinarse a fondo por las instituciones y la sociedad. Nadie se pregunta por qué los delincuentes sostienen guerras de exterminio entre ellos. La respuesta es tétrica: la guerra sangrienta es por el mercado criminal. Y ya no sólo por las rutas de las drogas, sino por ver qué grupo delictivo se queda con el universo de las extorsiones, de los secuestros, el cobro del derecho de piso, el narcomenudeo.
Se trata de eliminar al grupo criminal enemigo para que el que resulte triunfador dañe a la sociedad de diversas formas, pero especialmente por las modalidades delictivas mencionadas. En eso consiste la gravedad de los cuerpos mutilados y sepultados clandestinamente en Tenango del Valle, aunque no se reflexiona sobre eso.
