*Las altas temperaturas de este fin de primavera se extienden por el mundo.
De la redacción
Con mayor o menor intensidad, según cada región, el país padece las más altas temperaturas desde que se tiene registro, y su expresión más cruda y preocupante socialmente es la escasez de agua potable.
Estamos viviendo la situación que desde hace más de 30 años previó el mayor ambientalista mexiquense: el doctor Roberto Gómez Navarrete, clima extremo, por el cambio climático global, producto, a su vez, de la brutal explotación de los recursos naturales y los procesos productivos irracionales; sobre todo, por la industria de Estados Unidos y China.
El fundador y líder histórico del Movimiento Ecologista del Estado de México (MEEM) dejó de existir, en lo que fue una enorme pérdida para la auténtica lucha en favor de la naturaleza, dejando un vacío difícil de llenar, pero sus preocupaciones eran más que justificadas, como lo estamos presenciando ahora.
Calor extremo y agotamiento del agua potable son problemas graves, pero son los síntomas y efectos del verdadero origen de la problemática: el inmenso daño que la población mundial, pero particularmente los grandes conglomerados fabriles le han ocasionado al ecosistema mundial.
El doctor Gómez Navarrete sostenía hace más de 30 años que, al ritmo en que se agotaban los recursos naturales y crecía la contaminación de aguas, tierras y aire, la humanidad estaría en riesgo de perecer; sobre todo, por la capacidad depredadora de recursos naturales promedio del hombre actual, comparado con la de hace siglos. De la misma forma advertía que en otras épocas el mayor peligro del fin de la presencia humana en la tierra era por causas naturales, pero después de la Segunda Guerra Mundial lo fueron las armas nucleares, a lo cual se agregó después la depredación de la naturaleza por la acción de los habitantes del planeta.
El luchador ambientalista y social irritó en su momento a los poderosos, porque consideró que los programas de reforestación no eran eficaces y se trataba más bien de esfuerzos y dinero público perdido, porque de los 30 millones de árboles que se llegaron a plantar por año apenas el 5 por ciento pegaba; el resto se secaba, y nadie de los seudo-ambientalistas se atrevían a cuestionar.
Abogaba por supervisar el crecimiento de los renuevos plantados, para que cumplieran su papel estratégico, y que también las actividades urbanas, la industria, los servicios y el comercio estatales, nacionales y globales asumieran su responsabilidad en la contención del deterioro ambiental y en la restauración de los daños a la naturaleza, cuya depredación es la causa del cambio climático y su expresión en la escasez del agua potable y la contaminación de los cuerpos de agua, suelo y aire. Gómez Navarrete ya no está, pero hace mucha falta; sobre todo, porque no sólo fue un conocedor profundo del tema, sino combatiente decidido y práctico en favor de la preservación de los ecosistemas.