LA VIOLENCIA GENERALIZADA,
AFORTUNADAMENTE, NO LLEGÓ
DEMÓCRATAS POR ENCIMA Y AUTORITARIOS POR
DENTRO, CUESTIONAN DECISIÓN DE LA MAYORÍA
Una sola muerte violenta intencional resulta condenable, pero más cuando ocurre por motivaciones políticas, como desafortunadamente fueron las perpetradas en el período preelectoral y durante la jornada de votación del primer domingo de este mes en algunas zonas del país.
Por suerte, no se presentó la violencia generalizada que pregonaban a través de los medios informativos los estrategas de la campaña opositora. Tampoco se presentaron irregularidades como las que anticipaban para argumentar después que se trató de una elección de Estado y así pedir la anulación de todo el proceso comicial y su resultado en el caso de la presidencial.
Lo que pasó después con las contradictorias posiciones de la candidata derrotada, mal aconsejada por quienes de por sí la mal asesoran durante todas sus actividades proselitistas, por lo cual tuvo un desastroso resultado en las urnas, constituye una prueba más de que la democracia tiene muchos enemigos en el país.
Jorge G. Castañeda, uno de los personajes más nefasto del campo de la llamada “inteligencia mexicana”, quien se reclama un férreo luchador por la democracia, firmante de quienes pidieron votar por Xóchitl Gálvez, llegó al extremo de platear la necesidad de incurrir en una “guerra sucia” de “verdad”, con mentiras, investigaciones, no limitarse al “#AMLOnarcopresidente”.
Otros de sus pares difundieron durante meses la versión de que el país estaba envuelto en llamas y la violencia generalizada, por lo cual las elecciones no se podrían efectuar en el 30 por ciento del territorio nacional, que según ellos controla la delincuencia organizada.
Resuelta bien la jornada de votación, ahora los ataques se dirigen a las motivaciones de los votantes. Cuestionan su capacidad de discernimiento en el tema de la conveniencia social del sentido del voto; es decir, que el respaldo abrumadoramente mayoritario en favor del partido en el poder fue por ignorancia.
En estos días resurge con mucha fuerza el racismo, el clasismo y el complejo de superioridad de ese tipo de personas respecto de los electores que no apoyaron en las urnas a quienes ellos impulsaban. Esa es la reacción antidemocrática frente a lo ocurrido ese primer domingo de este mes.
No le funcionó la campaña del miedo, ni la de “elección de Estado”, y quedaron frustrados por partida doble: porque no pudieron recuperar los privilegios que tuvieron hasta el 30 de noviembre del 2018 y porque el desoído llamado a respaldar a la candidata opositora representó un golpe de realidad: no tienen influencia sobre los electores, como creían.
A eso responde la nueva campaña lanzada con base en su presunción de que una alta votación a favor de un partido, una coalición de formaciones políticas y su candidata es mala para la democracia. Y así se dicen democráticos y defensores de las libertades, comenzando la del ejercicio del derecho al voto. Así andan las cosas.