COORDENADAS POLÍTICAS
MACARIO LOZANO R.
DURO GOLPE A LAS LUCHAS DEMOCRÁTICAS FUE
LA MUERTE DE JOSÉ AGUSTÍN ORTIZ PINCHETTI
A la mayoría de la población mexicana poco o nada le dice el nombre de José Agustín Ortiz Pinchetti, fallecido el sábado 3 de este mes en Ciudad de México, pero su desaparición física representó una gran pérdida para la lucha democrática del país, a cuya construcción aportó mucho en los tiempos del presidencialismo autoritario, represivo y adicto a perpetrar fraudes electorales, aun en los casos en que no los necesitaba para triunfar, porque el PRI no enfrentaba riesgos de perder.
Al momento de su fallecimiento Ortiz Pinchetti era titular de la Fiscalía Especializada en materia de Delitos Electorales (FISEL), donde tuvo un desempeño impecable por su imparcialidad y estricto respeto a la ley, como lo exigía cuando militaba en la oposición y participó en las luchas jurídicas contra los fraudes en las elecciones presidenciales de 1988 y del 2006.
Abogado de sólida formación jurídica y exitoso en su profesión, le dio por involucrarse en las luchas democráticas en la segunda mitad de la década de los sesenta, al lado de Carlos Madrazo, cuando buscó democratizar al PRI, del que el político tabasqueño fue dirigente nacional. No se lo permitió el régimen autoritario, encabezado entonces nada menos que por Gustavo Díaz Ordaz.
Esa lucha interna del tricolor terminó con el asesinato del ex líder nacional del priismo, disfrazado de accidente de aviación. Nada sectario, ni dogmático, Ortiz Pinchetti se sumó a las denuncias de fraude electoral cometido contra el candidato del PAN a gobernador de Chihuahua, Francisco Barrio Terraza, en 1986, según recordó hace pocos días, con motivo del otorgamiento del doctorado “Honoris Causa” en su favor, por parte de la Universidad Autónoma de Oaxaca, por su lucha en favor de la democracia.
Formó parte del primer consejo ciudadano del IFE. En todos sus cargos tuvo una actuación brillante, transparente, apegada a la legalidad y a los principios de la democracia. Fue diputado federal y secretario general de Gobierno de la jefatura del entonces Distrito Federal, a cuyo cambio de estatus constitucional contribuyó.
Tuve la suerte de conocerlo a principios de la segunda mitad de la década de los setenta del siglo pasado. Formábamos un grupo que tomaba talleres de redacción, que impartía en la Casa del Lago de la UNAM, en el Bosque de Chapultepec, el extraordinario crítico literario Evodio Escalante. Ortiz Pinchetti ya era un sólido jurista y era el mayor del grupo. Además, tenía buenos ingresos y era el único que tenía un vehículo.
Era generoso y como disponía de dinero, invitaba a todos a tomar café en establecimientos cercanos a la sede del taller. En ocasiones su desprendimiento llegaba al grado de pagar también pastelillos. Y era sencillo, sin las poses de los abogados exitosos, y en mi caso le guardo adicionalmente gratitud, porque las tardes-noches de taller me daba “aventones”.
Él vivía en el fraccionamiento Echegaray, de Naucalpan, y de regreso a su casa pasaba frente a la vivienda donde yo vivía. Así me ahorraba tomar el metro y después un autobús; pero sobre todo, me liberaba de exponerme a asaltos, porque el retorno era ya de noche y se perpetraban delitos en la zona. Con el fallecimiento de Ortiz Pinchetti las luchas por la democracia mexicana perdieron mucho.
¡Descanse en paz Maestro!