POCOS DUDABAN DEL TRIUNFO
DE SHEINBAUM, Y SE CONFIRMÓ
OPOSITORES INTENTARON QUE SE ANULARA EL
TRIUNFO DE LA CANDIDATA, PERO SIN RAZÓN
Los partidos de oposición agrupados en “Fuerza y corazón por México” y los grandes medios informativos no alcanzan a entender aún la magnitud de su desastre en las urnas el primer domingo de junio. Confiaban de verdad en derrotar a Morena para recuperar la presidencia de la República y sus privilegios, como se los ordenó ese reducido grupo de grandes empresarios enriquecidos por sus vínculos con los presidentes, desde Carlos Salinas de Gortari hasta Enrique Peña Nieto.
Trataron sí de anular el triunfo de la candidata Claudia Sheinbaum -algo imposible frente a la masiva participación de los votantes volcada a favor de la morenista- como lo pretendían los dueños del dinero, quienes tuvieron como sus brazos electorales al PRI, PAN y PRD.
Fueron esos grandes intereses, incluidos los de la “gran prensa”, los que lograron unir al PRI y el PAN, antes adversarios, después coincidentes en principios y objetivos antipopulares, convertidos en el sector electoral de la ultraderecha empresarial. Ese fue el error del PRI, que desde su fundación en 1929 con la denominación de Partido Nacional Revolucionario (PNR), gobernó al país en forma ininterrumpida hasta el 2000, cuando fue derrotado por el panismo.
Estuvo fuera de la presidencia de la República dos sexenios, pero volvió en el 2012, con Enrique Peña Nieto. Para entonces ya había dejado de tener sentido lo de Partido “Revolucionario” Institucional, que en la práctica significo el alejamiento del pueblo y la insatisfacción de sus necesidades colectivas. Era una especie de PAN, pero con estructura directiva y presencia territorial, las cuales perdió el 2 de junio.
En sus años de apogeo como partido gobernante, con alta dosis de cinismo, cuando hablaban de corrupción sus cuadros decían que este vicio era la argamasa que permitía mantener la unidad de los revolucionarios, en su lucha contra los reaccionarios. Después esa argamasa abandonó la lucha contra los derechistas y se convirtió en un objetivo en sí y para sí. Antes quienes ocupaban el poder robaban, pero resolvían problemas sociales; después, sólo robaban, con la complicidad de los medios informativos y, finalmente, se convirtieron en un problema social.
Los mandos priistas, sobre todo a partir de 1982, con las excepciones de la regla, se divorciaron del pueblo y se entregaron a los brazos e intereses de los grandes traficantes de influencia; es decir, de los corruptos del sector privado. Las consecuencias de este cambio de posición se vieron en la elección presidencial.
Esta es una amarga lección que debe tener presente y no olvidar la presidenta electa, cuyo respaldo popular desbordado la obliga a ser eficaz, honesta, servir al pueblo; es decir, a no defraudar esa enorme confianza ciudadana expresada en las urnas, a no fallar, por obligación, por convicción y para no incurrir en los graves errores que llevaron al PRI y al PAN a ser rechazados por los votantes.
Los casi 36 millones de votos, que pocos creían que lograría, constituyen una potente fuente de legitimidad, pero igualmente un fuerte compromiso de la próxima presidenta de la República para con todos los mexicanos, particularmente con los que menos tienen, y de avanzar en el abatimiento de la pobreza, una tarea cuyo éxito exige años y esfuerzos permanentes; como también el erradicar la corrupción e inseguridad pública y ejercer el poder con eficacia y honestidad.
Al logro de esos objetivos le ayudará mucho el alto respaldo popular, porque encontrará resistencia a la consolidación y profundización de la cuarta transformación, de parte de los poderosos intereses económicos y políticos antipopulares derrotados en 2018 y el 2 de junio de este año.