El grupo de amigas se reía en el modesto restaurante donde almorzaban. Eran siete, y tres de ellas -dos pasantes de licenciatura de la UAEM y una académica- vivían juntas, cerca de Ciudad Universitaria.
Las otras cuatro, también parte de la comunidad universitaria, no podían darle crédito a la narración del incidente, más bien riesgo, vivido por sus tres compañeras. Lo consideraban fuera de lo normal.
No les sorprendía el intento de asalto a la casa donde vivían, porque eso es cosa de todos los días aquí en Toluca, donde la gente vive con miedo, precisamente por las actividades y saña de los delincuentes y la impunidad de sus acciones.
Empero se reían de la puntada de una de sus amigas frente al peligro y destacaban su gran rápida reacción e imaginación de que hizo alarde ante el asalto a su casa. Las 4 sostenían que ellas jamás hubieran tenido la idea puesta en práctica por una de sus interlocutoras.
Con esa idea y acción frustró el asalto, cuando todo parecía inevitable y sin nadie a quien recurrir en busca de apoyo, porque en la colonia no existe el sentido de comunidad, y nadie se interesa en los problemas de los demás, y menos si se trata de enfrentar a delincuentes.
El caso es que hace unos días cuando la protagonista del incidente llegaba a la casa en que habita con sus dos amigas observó que dos individuos habían saltado la barda y ya estaban a punto de ingresar a la vivienda. Los asaltantes podían actuar tranquilamente, porque nadie se hubiera dado cuenta, pues de la calle no se observa nada, por la barda.
No se espantó y actuó de inmediato. Le gritó a sus compañeras: “¡Acaban de meterse dos rateros. Nos van a robar. Rápido saquen la pistola y dispárenles. Están por la puerta de entrada. Pero apúrense. Tírenles a matar!”.
No terminaba de lanzar la voz de alarma cuando los delincuentes volvieron a saltar la barda para alejarse corriendo, no sin antes ver hacía las ventanas para saber si aún afuera podían ser lesionados con disparos hechos desde adentro de la casa. Corrieron despavoridos, y ni siquiera voltearon a ver a quién dio la orden de que los agredieran a balazos.
Eso era lo que tanta risa y comentario ocasionaba en el grupo de amigas. A la protagonista la consideraban valiente, rápida de pensamiento, creativa, eficaz y ejemplo de lo que debemos ser los ciudadanos y ciudadanas (como diría Fox).
Una de las dos habitantes de la casa en cuestión desentonó del ambiente laudatorio y con sentido común y realismo le dijo a su compañera: “la verdad eres irresponsable: ordenaste que sacáramos la pistola y disparáramos, cuando sabes que no tenemos arma alguna. Que bueno que los delincuentes se espantaron y huyeron, pero qué hubiera pasado si una de nosotras te contestaba ¿Cuál pistola? Si ni tenemos”.
