Antonio Orozco*
Treinta días antes del Miércoles de ceniza, como desde hace siglos, hacen su aparición en comunidades de Jilotepec, los xhitas; personajes que habrán de pedir por lluvia para la siembra y que también pagarán las mandas por los favores recibidos de la virgen o el santo patrono que se venera en cada comunidad.
Xhixhata (pequeño nopal en otomí) es una de las once comunidades en las que actualmente se realiza la festividad del Carnaval xhita; aquí, entre el frío y la neblina de las mañanas invernales, los xhitas escoltan la imagen de la Virgen de los Remedios que sale de la parroquia de Xhixhata para recibir las visitas de las imágenes veneradas procedentes de otras comunidades y la cual también es escoltada por singulares personajes llamados xhitas y una comitiva de autoridades locales religiosas. Aquellos xhitas que no inician su aparición en la iglesia llegan en pequeños grupos al terreno en donde se hará el recibimiento, estos anuncian su arribo con el sonido del acocote y poco a poco se reúnen en pequeños grupos en torno al estandarte de la Virgen de los Remedios, el cual indica el lugar en el que se encuentra la imagen que se venera en Xhixhata, el lugar elegido es uno de los campos de cultivo que aún no recibe las semillas, ya que para ello se necesita el elemento indispensable: la lluvia.
Entre humo de copal, flores y música de violín, guitarra y tambor, los encargados de resguardar la imagen realizan el ritual en el que convergen elementos religiosos y paganos. Entre la multitud que rodea, venera y protege a la imagen sagrada, se encuentran el xhita viejo, la madama, los caporales vestidos de charros, los locos y los xhitas: cientos de pobladores se reúnen y para la ocasión han cubierto su rostro con una máscara de tela con un par de pequeños orificios circulares decorados que permiten la visión; la parte frontal es más larga que la de los costados para no revelar por accidente la identidad de la también llamada “figura”, al hacer soplar el acocote.
La vestimenta, al igual que el propio acocote y la máscara (anteriormente fabricada de madera, cartón y barro) ha sufrido variaciones, algunos de ellos visten amplias faldas multicolores y quexquémetl, otros adornan su pantalón de mezclilla con cintas de pequeños pedazos de tela, en dos colores. La parte más llamativa en todos los xhitas es el xhirgero o “greñero”, una cabellera elaborada con más de cien colas de res y un peso de hasta 15 kilos, de la cual sobresale una cornamenta de dos puntas (toro) o de varias (venado) a la que en algunos casos se le cuelgan listones de colores, pequeños espejos o cascabeles. Además del acocote, cada xhita lleva consigo un látigo elaborado con lechuguilla trenzada o ixtle, llamado chicote, el cual harán sonar al unísono durante una de las partes medulares de esta festividad.
El arribo de la imagen visitante y toda su comitiva se anuncian con el tronido de los cuetes de vara; uno, cinco, diez, o varias decenas que son correspondidos con los que se lanzan desde el punto del recibimiento. En el horizonte se vislumbran las siluetas con greñeros y el inconfundible y contagioso ritmo de los xhitas que en vez de caminar saltan; que no hablan, gritan y soplan su acocote; que no cantan, truenan el chicote y, que poco a poco se van mezclando con los congéneres locales. La presencia de los caporales (encargados del rebaño) resulta en la práctica, muy representativa, ya que los xhitas superan en más de 70 a 1 y los del xhirgero parece que sólo se someten a las indicaciones de la bandera de su comunidad y del estandarte religioso.
Entre el estruendoso sonido del acocote, los gritos y los cuetes, hay algunos aspectos que no evocan una petición de lluvia o algún rito religioso, el más significativo es que no todos los xhitas salen al encuentro de sus correligionarios durante los recibimientos, algunos permanecen custodiando la imagen y el estandarte de la virgen, los demás se mezclan entre propios y visitantes danzando en filas. Otro aspecto que hace imaginar al espectador un ritual de pacificación entre dos tribus prehispánicas se da cuando dos de ellos se toman el hombro derecho del otro con el brazo extendido y comienzan a danzar en parejas de manera fraternal. En el centro las imágenes y estandartes, alrededor de ellos los xhitas y en la periferia los locos que interactúan con el público, cien, doscientas, trescientas, quizá más de setecientas personas se reúnen cada año, en cada visita, para ver esta demostración de fe única en su tipo. Luego del recibimiento, el grupo se traslada a la iglesia local donde cohetones y el tañer de las campanas da la bienvenida al lugar donde habrán de realizar una parte del rito religioso, para ello, los xhitas se despojan de su xhirgero, acocote y chicote, los cuales permanecen en racimos a lo largo y ancho del atrio del templo, una pausa en el desordenado orden que terminará con un nuevo repique de campanas y más cohetones, ahora la nutrida procesión a la que cada vez se suman más participantes se dirige a la Casa del Mayordomo donde la imagen local y la visitante habrán de permanecer, en el exterior los xhitas levantan el acocote y cantan una alabanza.
Después de las danzas, ahora con canciones modernas, la voz en el sonido solicita que pasen los xhitas a recibir sus alimentos, las largas filas frente a las mesas circulan rápidamente y al servir la última ración toca el turno a los acompañantes, en total más de 500 personas a quienes también se les ofrece arroz, guisado, frijoles y tortillas, así como agua o tepache de acuerdo a la edad del convidado a este festín que recupera un poco la energía física que requiere un xhita a lo largo de varias horas y varios días, por el contrario, la fe y la devoción han sido fortalecidas con creces.
El sonido del acocote, que poco a poco ha sido desplazado por las “bubuselas” (cornetas plásticas popularizadas a partir de la Copa Mundial de Futbol Brasil 2004), representa el bramido de los toros, el sonido del chicote evoca a los truenos, premonición de una inminente lluvia, aunque también se dice que se utiliza para alejar los malos espíritus (quien lo haya presenciado en vivo podrá corroborar a flor de piel esta teoría). Celebración cuyo origen prehispánico se podría remontar a un antiguo decreto, en el cual se estableció esta fiesta en el marco del solsticio de invierno, época en la que no se realizan faenas agrícolas y se permite dedicar tiempo a las fiestas religiosas; posteriormente adquirió una connotación de petición de lluvia para la renovación del ciclo agrícola, hasta que finalmente se adaptó al calendario católico, tomando el inicio de la Cuaresma como referencia.
A lo largo de los 30 días que dura el Carnaval xhita, se realizan visitas y recibimientos de comunidades como Buena Vista, San Lorenzo Nenamicoyan, Las Huertas, La Merced, San Lorenzo Octeyuco, Xhisda, Agua Escondida, Comunidad, Calpulalpan, Canalejas y Xhitey, donde también llevan a cabo celebraciones xhitas. Otra de las jornadas trascendentes en esta festividad son las albas, en Xhixhata llevan a cabo tres en las que se ofrendan danza, copal, pirotecnia y música a partir de las 6 de la tarde y hasta la media noche, originalmente y como su nombre lo indica, las personas mayores recuerdan que esta actividad comenzaba a las 4 o 5 de la mañana para esperar precisamente la salida del sol, el alba.
Un día antes del Miércoles de ceniza, culmina el Carnaval xhita con el propio martes de carnaval en el que se lleva a cabo el corte de lima y el cortagallo, en el que ambos se colocan atados a cierta altura para que los xhitas brinquen para alcanzarlos, en el caso del ave, esta debe ser desgolletada y su sangre esparcida sobre la tierra para fertilizarla, así mismo ese día el xhita viejo muere y renace, también se realiza la repartición de bienes.
Una festividad en la que convergen y conviven ritos prehispánicos con el catolicismo, la indudable presencia del toro por la revolución que significó su utilización en los trabajos agrícolas, la fraternidad entre pueblos, y la petición, tanto de lluvia y buenas cosechas, como de protección y salud propia y de la familia, a la imagen venerada se ha mantenido desde tiempos inmemoriales, de generación en generación en Xhixhata, donde aplica a la perfección la frase de Rosa Brambila Paz, en su obra La actualidad xhita. Estratigrafía de una fiesta, la cual dice que “Hay que saber sonar el acocote; pero sobre todo, tronar el chicote”.
Aunque en la actualidad, la población de Xhixhata ya no se dedica principalmente al campo, la festividad persiste por promesas que los pobladores hacen a la imagen de la Virgen de los Remedios y a la tradición familiar, la participación de niños y niñas, que por su corta edad son acompañados o escoltados por sus padres es digna de un profundo respeto y augura larga vida al Carnaval xhita en Xhixhata.
*Con especial agradecimiento a Arturo Martínez y Francisco Flores de Jesús, por las facilidades brindadas.