

Las redes sociales se multiplican día a día y dominan ya a un vasto segmento de la población del país, desde adolescentes hasta adultos mayores. Los adictos a ellas crearon el mito, tomado por los cibernautas como sentencia bíblica: si no estás en las redes no existes, en una evidente exageración.
No es un exceso, en cambio, reconocer el poderoso componente adictivo de los teléfonos celulares y de la Internet, considerada con justa razón como la “redes de redes”. Sin ambos adelantos tecnológicos no podrían existir las redes sociales. La adicción llega a tanto que los adolescentes y jóvenes de familias de bajos ingresos, y aun de adultos y adultos mayores, son capaces de prescindir de satisfactores básicos, pero no de los teléfonos celulares e Internet.
Esto es una realidad, pero de eso a pensar que las redes sociales pueden decidir una elección presidencial como la del primero de julio hay mucha diferencia. Pueden influir en algún grado, pero no en forma determinante; sobre todo, porque hay información sobre el comportamiento abstencionista de un alto porcentaje de los cibernautas.
El activismo manifestado en la Internet para difundir ocurrencias, mentiras, calumniar, desinformar y desahogar frustraciones, característica de una amplia franja de ellos y ellas, no tiene correspondencia con una participación informada, consciente y responsable del ejercicio del derecho al voto.
Pueden hablar mal de un candidato presidencial, acabárselo con calumnias e inventos de vicios y tantas otras cosas, pero al final no acuden a las urnas a expresar ese rechazo, porque nunca exigirá la misma disposición y esfuerzo teclear infundios y exponer la malquerencia, real, inducida o producto de la ignorancia y el prejuicio, que acudir a los sitios de votación, formarse para tramitar la entrega de boleta y para depositarla en las urnas.
En contrapartida, quienes idolatran a determinado aspirante a la presidencia de la República y son capaces de defenderlo con vehemencia de los ataques de los seguidores de sus adversarios, pueden tranquilamente quedarse en casa y no concretar ese respaldo con su sufragio donde cuenta y vale.
El primer domingo de julio próximo habrá igualmente adictos a las redes sociales que sí vayan a cumplir con su obligación y derecho de votar, pero no puede saberse qué porcentaje representarán de quienes integran ese universo de adictos a la Internet, por lo que es prematuro sostener desde ahora que las redes sociales determinarán el resultado de la elección presidencial.
Además, muchos de los cibernautas que apoyarán a determinado candidato presidencial lo harían aun sin formar parte de las redes, por eso es una exageración sostener desde ahora que en el ciberespacio se decidirá el destino del país. Y sería lamentable si así ocurriera.