
No hubo sorpresas en el primer debate de los candidatos presidenciales: se esperaba que Ricardo Anaya tuviera el mejor desempeño: lo tuvo. También era previsible que todos se lanzaran contra Andrés Manuel López Obrador, por ser el puntero: así ocurrió. No obstante, nadie apabulló a nadie, y el tabasqueño resultó mucho menos afectado de lo que se pronosticaba. Por su parte, José Antonio Meade no aprovechó para levantar su candidatura, como se pensaba que lo haría para salir del tercer lugar donde parece se ha estancado. Llegó y padeció la carga de desprestigio del partido que lo postuló y del mal desempeño del gobierno al cual sirvió. No respondió a la pregunta de si el presidente Peña Nieto es deshonesto o no y tampoco si recibió dinero de César Duarte.
Sin embargo, el debate generó grandes expectativas y resultó interesante. El formato mejoró y los moderadores cumplieron bien su trabajo, y aunque todavía tiene limitaciones, es necesario reconocer, en eso ganó la autoridad electoral. Los que también ganaron aunque no sacaron todo el provecho que pudieron fueron los independientes, porque tuvieron la oportunidad de exponer sus ideas a todo México, lo cual no habían podido hacer pues tienen pocos spots. Tenían todo por ganar y nada que perder.
Si bien Margarita Zavala no estuvo mal, pudo estar mejor y perdió esta oportunidad. En cuanto al “Bronco”, hubiera estado bien y ganado mucho de no propone terminar con los partidos políticos y cortarles una mano a los funcionarios corruptos. En el primer caso se olvidó que sin partido no hay democracia posible, mientras en lo segundo, fue una medida salvaje, propia de la edad media. Si se aplicara, México se convertiría en un país con una abrumadora mayoría de políticos mancos.
En el debate hubo unanimidad en cuanto a los altos niveles de corrupción existentes y a autoridades rebasadas por la delincuencia. No obstante, en la corrupción no se incluyeron a los empresarios coludidos con funcionarios para saquear al erario y que se llevan la mayor parte del dinero que produce la corrupción. En eso ganaron los corruptos.
Donde perdieron y perdimos todos fue en los lamentables postdebates transmitidos: no hubo análisis objetivos, sino opiniones sesgadas, partidistas, porque corrieron por representantes partidistas, de candidatos o gente afín a unos u otros y otra. No se vertieron opiniones independientes, sino propaganda electoral pura.