(Octava parte)
Continuamos examinando fortalezas y fragilidades de los candidatos presidencial. Hoy toca el turno a José Antonio Meade Kuribreña, postulado por la alianza PRI, PVEM y NA. El exsecretario de la SHCP tiene como principales fortalezas que no es acusado en lo personal de ser corrupto y tiene experiencia en cargos de altas responsabilidades: ha sido miembro de gabinetes panista y priísta.
Además, es respaldado por el partido con la mayor maquinaria electoral, con presencia organizada en todo el territorio nacional y con trabajo permanente, sin importarle si hay elecciones en puerta o no. También sabe movilizar votantes a las urnas. Y su abanderado será favorecido con los programas sociales, cuya operación tiene efectos clientelares.
No obstante, carga también con todo el profundo desprestigio del PRI, derivado de la extendida pobreza y desigualdad económica, inseguridad pública, corrupción, impunidad, ineficacia y desnacionalización y privatización de los recursos naturales, producto, a su vez, de la ineficacia y ausencia de vocación de verdadero servicio de un alto porcentaje de quienes integran los gobiernos de ese partido en los ámbitos federal, estatal y municipal.
No es irresponsable esta reflexión, porque esta realidad la percibió con toda claridad el propio presidente de la República, Enrique Peña Nieto, al decidir la postulación de José Antonio Meade Kuribreña, un hombre ajeno a las filas priístas. Lo hizo, precisamente, por el desprestigio del priísmo y la falta de credibilidad y confianza ciudadana en sus cuadros, lo cual, al generalizarse resulta injusto para muchos que son honestos, eficaces y se esfuerzan por resolver los problemas de la sociedad.
El problema para Meade es que no es carismático y su postulación, lejos de entusiasmar a los priístas, los agravió, aunque él no haya decidido su candidatura, sino el presidente Enrique Peña Nieto. Los aspirantes a esa nominación se sintieron menospreciados, por lo que difícilmente se sumarán con vehemencia a la búsqueda del voto. Es decir, el abanderado carga con el lastre de la marca “PRI”, pero no recibe el respaldo de su militancia. A esto se suman las malas decisiones tomadas al integrar la coordinación de la campaña, cuyos puestos claves fueron acaparados por gente no identificada con las bases o es impresentable. Su vocero principal en los trabajos de búsqueda del voto: Javier Lozano, era panista hasta hace unos meses y ahora ocupa una posición estratégica en el PRI.
En estas condiciones, no debe extrañar que cuando menos hasta hoy, el varias veces secretario de Estado esté en tercer lugar en las preferencias electorales. Y se ve muy difícil que los factores adversos citados se superen: el PRI no recuperará prestigio y confianza ciudadana de aquí al primero de julio, y el presidente Enrique Peña Nieto no puede obligar al priísmo a que se entusiasme con la candidatura de Meade y se sume con enjundia a la búsqueda del voto. Por si fuera poco, el tricolor tiene un mal dirigente nacional.
Los analistas coinciden en que si Meade ganara, sería una gigantesca sorpresa.