“De verdad, rico, lo que se dice rico, no soy”
En el lujoso restaurante-bar de Metepec, los amigos de la infancia hablaban de muchas cosas. La estrella principal era un mando inferior dentro de los altos mandos del gobierno de Eruviel Ávila Villegas, ahora en el desempleo, pero sin problemas para mantener el alto nivel de vida llevado en los anteriores 6 años.
Tocaron muchos temas y se refirieron a muchos amigos comunes también incorporados a la administración del grupo político de Ecatepec, liderado, no por Eruviel Ávila Villegas, sino por el obispo Onésimo Cepeda.
Fulano está muy bien. Trabaja en la vicecoordinación de la campaña electoral de José Antonio Meade, donde se maneja el dinero. Ya saben que él es muy bueno para sacar provecho de todo. Responde a la clásica sentencia de “no me den: pónganme donde hay”.
Zutano administra empresas de un personaje que antes de estar en el gobierno del jefe era funcionario menor en la Dirección de Tránsito de Ecatepec. Y le va bien, además de que en realidad necesidad, necesidad de dinero, ya no tiene.
Así la estrella de la reunión fue dando informe de sus compañeros de trabajo, aunque más bien habría que decir, “cómplices”, aunque el ahora acaudalado no es de Ecatepec, sino de Toluca, como todos los amigos común de los que convivían.
Pasaron las horas consumiendo whisky caro y 4 veces más caro al copeo, como lo pedían los comensales: todos con menos de 35 años de edad. Precisamente se refirieron a esa bebida y el líder de la reunión comentó que su jefe, que en Ecatepec vendía teléfonos celulares para sobrevivir, hizo tanto dinero que sólo por capricho compró una botella de whisky “Dalmore Selene”, del que sólo hay 30 botellas en el mundo, por la cual pagó 19 mil dólares, pero que además, no se tomará.
Con más copas de whisky entre pecho y espalda, Y tal vez por algún sentimiento de envidia, uno de los amigos le dijo que también la estrella del convivio se había enriquecido en exceso en menos de los seis años que estuvo en el gobierno de Ávila Villegas, pues de ellos hace ocho años era el amigo pobre y ahora los estaba invitando a todos, cuando se suponía que tendría problemas por estar desempleado.
“Compraste una casa de 20 millones de pesos, cuando ganabas 70 mil pesos mensuales”, le criticó uno de los amigos ya con 7 copas de whisky caro. “Te enriqueciste mucho en tan poco tiempo”, le insistió.
El aludido y anfitrión expuso entonces una teoría de lo que es ser rico. Sus parámetros no correspondían a lo que piensa el común de los 126 millones de mexicanos. “No soy rico”, les contestó. “De verdad, rico, lo que se dice rico, no soy”.