La nueva etapa de la historia del país, comenzada a construir por los más de 30 millones de mexicanos en las urnas el primer domingo de julio, necesitará de medios informativos profesionales, críticos, vigilantes, pero no facciosos, como lo es la mayoría en estos momentos y lo fueron en las campañas electorales, y también durante los 13 años de lucha previa de Andrés Manuel López Obrador.
Los medios o la prensa, como se les llamaba en forma genérica antes, no son imparciales, ni objetivos, porque no pertenecen a empresas meramente periodísticas, interesadas y ocupadas en la información y el análisis profesional, sin concesiones, pero sin los objetivos de mantener y acrecentar sus prebendas, sino a grandes corporaciones económicas, enriquecidas y fortalecidas por los privilegios recibidos del poder público.
El ejemplo más acabado del tipo de medios informativos prevalecientes en México lo constituye el “Grupo Imagen”, empresa de reciente incursión en el periodismo, propietaria del cotidiano “Excelsior” y de la cadena nacional de Televisión “Imagen Noticia”, adquiridos por los Vázquez Raña Aldir para utilizarlos como instrumento para beneficio de sus grandes negocios con el gobierno.
Sus constructoras tienen contratos cercanos a los 25 mil millones de pesos en el proyecto del Nuevo Aeropuerto Internacional de México y participan igualmente en los llamados proyectos de prestación de servicios en el campo de la construcción, equipamiento, administración y hospitales del gobierno federal, incluyendo a algunos del Instituto Mexicano del Seguro Social.
Otras grandes empresas que poseen medios informativos tienen contratos otorgados por Petróleos Mexicanos y la Comisión Federal de Electricidad, lo cual explica su despiadada embestida contra Manuel Bartlett Díaz, quien tan pronto fue anunciado como director general de la Comisión Federal de Electricidad se comprometió a combatir la corrupción.
En estas condiciones, sería ingenuo esperar políticas informativas y analíticas objetivas, críticas de las fallas del gobierno de Andrés Manuel López Obrador, pero sin sesgo y sin fines claros de conservación de privilegios y tráfico de influencias. La abrumadora mayoría de los medios informativos están para defender intereses de las corporaciones económicas a las que pertenecen, y si para eso es necesario recurrir a la mentira, la desinformación y aun a la calumnia y a las campañas de desprestigio, lo harán.
Y no hay contrapeso a este poder fáctico mediático voraz, fortalecido política y económicamente desde el poder público. Lo que pueden hacer “La Jornada”, la revista “Proceso” y desde sus espacios, Carmen Aristegui, para contrarrestar la información facciosa de los demás medios informativos será bien poco.
Es cierto que los grandes medios informativos de cobertura nacional y sus estrellas están sumidos en el descrédito, como se comprobó con su ineficacia de sus campañas soterradas o abiertas contra López Obrador en la lucha por la presidencia de la República, pero todavía un alto porcentaje de los mexicanos se informa a través de esos medios; sobre todo, los sectores de menor escolaridad, y son mayoritarios.