Alguna vez habrá de escribirse una nueva página en la historia de cómo las decisiones tomadas acabaron sepultando a los otrora partidos de mayorías y a la vez catapultando la candidatura de Andrés Manuel López Obrador. De cómo convirtieron lo que se presentaba como una contienda cerrada entre tres, en una lucha electoral con un puntero que tomó amplia distancia y nunca la perdió aun cuando tenía todo en contra. Ni duda cabe, que en el mapa político cada uno de los territorios, cada una de las demarcaciones y cada circunscripción tenía dueño y pertenecía a un partido político en especial; así se formaron “el corredor azul”, “el corredor amarillo” y “el corredor tricolor” lugares en donde la influencia partidista no permitía el arribo de otras expresiones políticas; pero tampoco hizo lo posible por mantener la confianza ciudadana, por el contrario se alejaron del ciudadano, le ignoraron y ensoberbecidos inclusive le agredieron. Tontamente pensaron que ellos tenían la última palabra porque contaban con todos los medios de control gubernamental y de los medios “Maiceados”, mal llamados “Chayoteros”. Ello permitió el surgimiento de los llamados “Influencers” encargados de desmentir a los políticos y a las Fake News vía redes sociales, algo que funciono a las mil maravillas gracias a los Milenians. La partidocracia cayó víctima de sus propias mentiras y del autoengaño, faltos de creatividad creyeron que como en el futbol se gana solo con la camiseta; craso error pues la vida se encargó de volverlos a la realidad y darles una lección que nunca olvidaran pase lo que pase con el nuevo gobierno. Las estructuras formadas exprofeso para ganar contiendas debían garantizar el triunfo de alguno de ellos tan solo con el voto duro; pero las estructuras llamadas bases, se sintieron traicionadas con el nombramiento de los políticos de siempre (cartuchos quemados) que no garantizaban el triunfo. Dichas estructuras no operaron a favor del partido, por el contrario le jugaron las contras ante tal agravio. En el caso del PRI, el nombramiento de José Antonio Mead, significo que los equipos cercanos de los priistas de cepa quedarían marginados en la repartición del pastel. Otra cosa habría ocurrido si el candidato perteneciera a sus filas. . La realidad es que el aparato priista no respondió a las expectativas. No hubo el respaldo que se suponía y Meade, en lugar de buscar los votos no priistas, tuvo que concentrar su campaña en rescatar por lo menos a los del PRI. Los eventos y mítines fueron otra de las estrategias mal armadas y determinantes en la derrota. Nunca, a nadie se le ocurrió templar cual era el alcance y la popularidad de su candidato, atiborraron los lugares con acarreados venidos de todas partes, vociferaron a los cuatro vientos mentiras que luego reprodujeron en las redes sociales hasta llegar lograr el hartazgo del electorado. Lo mismo ocurrió en el PRD y en el PAN con el agandalle de Ricardo Anaya en su propio partido y en la respectiva coalición, Pero, además, buena parte de la campaña de Anaya y Meade se concentró en golpearse mutuamente. En encontrar el prietito en el arroz y cuando no lo había, fabricarlo contando con el aparato del estado y con la profusa difusión a través de los medios masivos y sus incondicionales. El resultado es que los dos perdieron. Independientemente de quién tenía la razón, hubo un desgaste en su imagen, que acabó beneficiando a AMLO. Por ahora, los miembros de la partidocracia se aprestan a repartirse los despojos de sus respectivos institutos, a pensar en una refundación y a armar la estrategia para embestir brutalmente al nuevo gobierno, a quien ya le exigen cuentas, aun cuando no ha entrado en funciones. Ni hablar el no quiso cuando pudo, no podrá cuando quiera y la historia registrara su falta de voluntad y sensibilidad, en fin. Todavía hay tiempo para los que quedan, siempre y cuando hagan las cosas bien.