Jairo A. Tell
El 2 de octubre, hace exactamente 50 años, fue perpetrada la matanza en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco, concebida, planeada, ejecutada y encubierta desde las más altas esferas del gobierno. Este genocidio tuvo como objetivo primordial acabar de raíz con el movimiento estudiantil del 68, el cual, amparado en las libertades democráticas de petición, reunión y protesta ciudadana, en muy poco tiempo se convirtió en una fuerza real de oposición, capaz de desafiar al régimen autoritario en turno, acostumbrado por décadas al sometimiento incondicional, a la disuasión de todo intento de organización política de protesta mediante el encarcelamiento o asesinato de los lideres disidentes.
Tristemente celebramos un aniversario más de la matanza en esa la plaza teñida de rojo, evento que marco invariablemente el pasado y el presente de la vida política de nuestro país. Este abominable hecho fue llevado a cabo por el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz en contra de los jóvenes estudiantes de la UNAM y del Politécnico (IPN). El movimiento del 68 se puede dividir en dos: el movimiento público estudiantil, popular, social del que prácticamente se sabe todo, y el movimiento oscuro en los entretelones del poder, del que prácticamente nadie sabe nada. La noche de Tlatelolco es el gran testimonio que ha quedado para la posteridad y Elena Poniatowska, se ha convertido en la cronista más fidedigna de la matanza que no se olvida.
Vivió Elena los atroces acontecimientos de aquella fecha en que la cerrazón y el autoritarismo hicieron acto de presencia; pero también vivió el luto de la eterna noche y en su libro encontró las palabras justas para transmitirnos el horror vivido en la plaza ensangrentada, plaza mártir para siempre. Si Elena fue la cronista, el general Marcelino García Barragán, secretario de la Defensa Nacional en el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz, fue el fiscal de ese 2 de octubre teñido de color purpura. Fiscal que finalmente sirvió para maldita la cosa, o más bien sirvió para encubrir a los obscuros personajes que fraguaron el genocidio.
Documentos fidedignos pasaron de generación en generación, pues el citado general entrego un legajo de documentos a su hoy también fallecido hijo Marcelino García Paniagua y este, a su vez, l entrego a su hijo, Javier García Morales. “El tercer García amigo de bandas y capos…” titulo la revista Proceso para que hoy a 50 años de ocurrida la masacre se sepa a cuenta gotas ¿Quién?, ¿Cómo? y ¿Por qué orquestaron tan aberrante hecho. A 50 años del fatídico acontecimiento nuevamente tenemos que lamentar la represión por la libre manifestación de las ideas y es casi una copia burda de lo ocurrido en aquel 2 de octubre del 68, justo antes de la inauguración de los juegos olímpicos organizados por nuestro país. Muchos de los antiguos dirigentes del movimiento hoy están incrustados en la administración pública y forman parte de la cúpula de los partidos de izquierda, muchos de ellos acostumbrados ya al lujo y la buena vida.
El movimiento estudiantil del 68 ahora tiene mucho que ver con los 43 Normalistas desaparecidos de Ayotzinapa, y con el actual movimiento social de protesta. En el fallo final de la noche de Tlatelolco, se asentó que las pruebas aportadas por el Ministerio público no permitían atribuir responsabilidad penal a persona alguna. Con ello se dio forma a la inaudita paradoja del genocidio sin genocidas, lo que propicio que este abominable crimen fuese cubierto con el fétido manto de la impunidad. Tal como ocurrió con la “Verdad histórica” en el caso Ayotzinapa presentada en su momento por Murillo Karam, entonces procurador de la República. Tan obsceno disimulo ha constituido un caldo de cultivo que hizo posible la comisión de subsecuentes crímenes de lesa humanidad, como las torturas, ejecuciones sumarias y desapariciones forzadas; las masacres de Acteal, Aguas Blancas, El Charco, El Bosque, Atenco, Apatzingán, Ecuadureo, Tanhuato, Tlatlaya, Nochistlán y por supuesto Ayotzinapa. El pasado es presente y el futuro se construye a partir de ese pasado. Ahora más que nunca, el nuevo gobierno tiene ante sí un gran reto, una verdadera papa caliente que puede funcionar a las mil maravillas si se encuentra la fórmula para dar solución de una vez por todas a estos y otros conflictos y así dar certidumbre al pueblo, de que las cosas se están haciendo bien.