
*Medio siglo después de aquellas luchas juveniles hay muchos nuevos y graves problemas.
El martes de la semana pasada se recordó la masacre de alumnos universitarios en la Plaza de las Tres Culturas, ocurrida en Tlatelolco el 2 de octubre de 1968, ordenada por el entonces presidente Gustavo Díaz Ordaz, un verdadero crimen de Estado y de lesa humanidad, que marcó al gobierno como asesino y manchó para siempre la imagen del país en el mundo.
La matanza fue menos entendible porque las víctimas fueron jóvenes soñadores, utópicos, generosos en sus propósitos, pacíficos, desarmados e interesados en lograr libertades secuestradas en esos tiempos por un régimen autoritario, intolerante y represivo.
En la capital del país en esa fecha se efectuaron diversas actividades para recordar lo ocurrido hace medio siglo, exigir justicia y reivindicar la aportación de la lucha estudiantil al proceso democrático. Cerca de 50 mil personas se reunieron en el zócalo capitalino, incluyendo a muchos dirigentes del conocido como Movimiento Estudiantil de 1968, y por primera vez en 50 años las autoridades federales izaron a media asta la bandera en ese sitio.
Nadie puede estar en desacuerdo con que esa lucha, otras previas y otras posteriores tuvieron importancia en la construcción de la democracia en México, cuya mayor expresión es la victoria de MORENA, sus aliados y Andrés Manuel López Obrador el primer domingo de julio de este año y el próximo ascenso de las fuerzas progresistas a la conducción del país, después de instalarse su mayoría en el Congreso de la Unión y al menos 19 legislaturas locales.
En este aspecto fundamental específico, el sacrificio de los entonces jóvenes y de sus maestros que fueron asesinados, lesionados, encarcelados, torturados, exiliados, calumniados y perseguidos no resultó en vano. Sus sueños democráticos se están concretando.
No obstante, en estas cinco décadas surgieron nuevos y graves problemas que tienen angustiadas a la población en general y a los universitarios. Había muchos problemas en 1968, pero 36 años de neoliberalismo generaron otros y agudizaron los que ya se padecían.
En 1968 no había rechazados en las instituciones públicas de estudios superiores. Ahora tan sólo en la zona metropolitana de la capital del país cada año ven frustradas sus aspiraciones de formarse profesionalmente 300 mil muchachos. Y hace 50 años los egresados de una licenciatura tenían garantizado un buen porvenir. Hoy los angustia su futuro laboral, por incierto y por la precariedad de las plazas que pueden conseguir.
La comunidad nacional en su conjunto, además de padecer la extendida pobreza, tiene problemas de inseguridad en niveles desconocidos en 1968, cuando no existía la delincuencia organizada, ni las células criminales dispersadas por el territorio nacional sumaban miles, como ahora.
Comparada con la actual, la corrupción de los gobernantes era juego de niño, mientras su eficacia en el desempeño de sus cargos e interés por servir a sus gobernados eran infinitamente superiores a los mostrados por los neoliberales, lo cual no debemos olvidar.