*El Proyecto del NAIM-Texcoco ocasionaría un desastre ambiental, pero enormes fortunas para unos cuantos.
Los aztecas fundaron la Ciudad de México cuando no estaba a su alcance prever los cambios que se operarían en la región con los siglos. No podían imaginar siquiera una época de insuficiencia de agua, cuando vivían prácticamente sobre lagos. Por ello no puede culpárseles de la, finalmente, errónea elección del sitio para asentarse.
Empero los gobernantes del país, de la ahora Ciudad de México y del Estado de México desde mediados del siglo pasado disponían ya de información sobre la inconveniencia de impulsar el crecimiento poblacional desordenado de la urbe. A pesar de ello, desatendieron las advertencias de los especialistas de ese tiempo, quienes recomendaban prudencia y políticas de desarrollo urbano acordes con las condiciones del suelo y la disponibilidad de agua potable en la Cuenca para el mediano y largo plazo.
Pudieron más los intereses económicos de los acaparadores de suelo, incluyendo el de mayor fertilidad, y los grandes intereses de los corporativos inmobiliarios, que en el caso del Estado de México parecían ser autores de la legislación expedida para regular sus actividades, por lo permisiva y nociva para los intereses sociales, específicamente los ambientales.
En esa lógica de la rentabilidad aun a costa de depredar las indispensables condiciones para el desarrollo armónico de la población con la naturaleza, los intereses económicos llegaron al extremo de afectar los equilibrios ecológicos de las regiones y ocasionar la muerte de la flora y la fauna y generar riesgos de un mayor desastre ambiental.
El caso del proyecto del Nuevo Aeropuerto Internacional de México (NAIM), próximo a cancelarse, es un claro ejemplo de cómo el afán de ganancias rápidas y excesivas es más inhumano ahora que antes. Esas megainstalaciones iban a agravar el ya severo deterioro ambiental en perjuicio de millones de capitalinos y mexiquenses de la región.
En realidad, la devastación del ecosistema y las condiciones del suelo del territorio mexiquense del Valle de México llegaron ya a tanto que quienes participaron en la consulta sobre el sitio donde debía construirse el NAIM no tuvieron una buena opción frente a otras extraordinaria o de una mala frente a una buena, sino de una mala frente a otra menos mala.
Santa Lucía tiene un suelo menos gelatinoso que Texcoco. Ahí operará el NAIM. Y ante la decisión irreversible sólo queda esperar que las autoridades aprovechen la experiencia del AICM, donde a lo largo de los años se poblaron las áreas aledañas sin planeación, sin servicios básicos de calidad, sin cuidado al ambiente ni visión de futuro. No deben permitir se repitan los mismos errores, y tampoco dejar la orientación del desarrollo urbano en manos de los intereses inmobiliarios, ahora más deshumanizados que antes.