
Los resultados de las elecciones legislativas de los Estados Unidos representaron un avance para quienes allá y en el mundo consideraban urgente un mayor peso del Partido Demócrata en la Cámara de Representantes. La dominarán; sin embargo, el Partido Republicano -una especie del PAN en tiempos de Vicente Fox, porque Trump no es el republicano típico, sino un ultraconservador hasta niveles de fascismo- mantuvo su mayoría en el Senado, donde se decide la integración del Poder Judicial; es decir, de la Corte, de gran peso allá y que se ha derechizado mucho en los últimos años.
También en el Senado se vigila la política exterior y tiene la última palabra en los juicios políticos para destituir a los presidentes de la República. Ese riesgo no lo correrá Trump, aunque de por sí no lo tenía.
Demócratas y republicanos ven el vaso medio lleno, y los analistas estadounidenses más prestigiados dividen sus opiniones. Unos creen que Trump salió beneficiado, porque su partido conservó la mayoría en el Senado, pero otros sostienen que no pudo ser buen resultado para el multimillonario gobernante, porque perdió la Cámara de Representantes, donde se decide el gasto público y la política de migración.
Además, las proyecciones de esta mañana estimaban en 10 puntos la pérdida de apoyo al presidente estadounidense en comparación con su elección de hace dos años.
La verdad es que sí hubo sorpresa pues las encuestas no anticipaban los resultados de las elecciones legislativas de Estados Unidos, pero los demócratas confiaban en arrebatarle también el Senado a los republicanos, mientras que éstos, y particularmente Trump, soñaban con conservar la Cámara Baja. Nadie logró sus sueños, aunque los demócratas mejoraron su número en el Senado y sus adversarios retrocedieron en la Cámara de Representantes. Para México no fue mal resultado.
De cualquier manera, esas elecciones se parecen mucho a las mexicanas, porque cuenta el voto directo, no decide los resultados un colegio electoral, como ocurre en las elecciones presidenciales, en las cuales cuentan los votos de los estados, con la posibilidad o riesgo de que quien gana la mayoría no gana el cargo, como ocurrió, precisamente, con Trump, derrotado por Hilary Clinton con tres millones de votos más, pero triunfó en el colegio electoral.
El sistema electoral estadounidense, por más que se considere avanzado, contiene elementos inconvenientes para la democracia, como la aportación de dinero de la iniciativa privada en las campañas de los candidatos, con el consiguiente compromiso que adquieren con esos donantes, no con los representados.
Además, los presidentes pueden hacer campañas abiertas en favor de los candidatos de su partido, pero no vuelcan fondos públicos para comprar votos, ni condicionar los apoyos a los sectores pobres, para que voten por el partido en el poder.