MAXIMILIANO CASTILLO R.
Los grandes medios informativos mexicanos no pudieron evitar el triunfo de Andrés Manuel López Obrador en julio de este año. Fracasaron en su empeño de lograr ese objetivo. Y no sólo vieron frustrados sus propósitos, sino en ese afán claramente faccioso perdieron mucha de la poca credibilidad mantenida después de las elecciones presidenciales del 2006 y 2012. También sus principales figuras se desprestigiaron.
Como se reflexionó hace unas semanas en este espacio, la casi totalidad de los medios impresos y electrónicos y sus conductores y columnistas sostuvieron una agresiva campaña de desprestigio contra el ahora presidente electo, para destruirlo políticamente y evitar la llegada al poder de alguien con una visión y concepción del ejercicio y objeto del poder ajeno a la plutocracia.
Fueron 13 años, durante los cuales cobraron mucho dinero a la presidencia de la República, a los organismos públicos, a los gobiernos estatales y a los ayuntamientos de los municipios más ricos no sólo para difundir las actividades gubernamentales, sino fundamentalmente para atacar a López Obrador y evitar riesgos de pérdida de sus privilegios.
El gobierno del presidente Enrique Peña Nieto les pagó 60 mil millones de pesos, según cálculos del equipo de transición del político tabasqueño, pero ese gasto fue inútil, porque no pudieron frenar al fundador de Morena, ni construirle buena imagen al mandatario. Los resultados fueron totalmente contrarios: fortalecieron el liderazgo político, social y electoral de López Obrador y erosionaron la credibilidad del gobernante en turno y la propia de los grandes medios y sus periodistas más conocidos.
Las empresas periodísticas aprovecharon esos ríos de dinero, pero no les importaba dotar a Peña Nieto de una imagen de extraordinario presidente, sino lograr el triunfo de un candidato presidencial dispuesto a mantener sus privilegios y gobernar para sus intereses económicos, en la más amplia acepción del término de plutocracia en la antigua Grecia.
La campaña de desprestigio antilópezobradorista se basó en calumnias, y fracasó porque éstas fueron percibidas claramente por los más de 30 millones de ciudadanos que al final votaron por López Obrador, para convertirlo en el presidente electo más poderoso desde Álvaro Obregón, en la década de los años veinte del siglo pasado.
La campaña mediática destinada a debilitar al próximo presidente de la República continúa, y ahora tiene la ventaja de que López Obrador inevitablemente cometerá errores en el ejercicio del poder, que serán exagerados por los medios informativos, en una lucha que involucra ya a los mecanismos de control y dominación ideológica de los mexicanos.
En esta nueva etapa el gobierno de MORENA estará en desventaja en materia de medios informativos, porque casi todos son propiedad de la plutocracia, empeñada en conservar sus privilegios, mediante el chantaje. No les importan el presidente Enrique Peña Nieto, ni el PRI, ni el PAN, sino defender y proteger sus negocios de decenas de miles de millones de pesos con el poder público. Y en esta etapa de la lucha por la nación, los intereses populares no tienen diarios, ni cadenas nacionales de radio y televisión.