“YA ESTARÁN MUY CONTENTOS. ESO
QUERÍAN: QUE MATARÁN A MI RAULÍN”
La mujer, de unos 45 años de edad, estaba en el cementerio. Con un reducidísimo grupo de familias y vecinos daba cristiana sepultura a una hija, ejecutada un día antes por una célula de la delincuencia organizada.
En ese sitio y circunstancias le avisaron de la muerte de su otro hijo, más joven. Fue asesinado en plena tarde, en el centro del poblado, afuera de una pequeña tienda, no muy lejos de la casa familiar.
El muchacho, según los vecinos, se dedicaba a actividades delictivas. “Halconeaba”, como se dice a quienes vigilan el arribo de elementos de los cuerpos de seguridad y de cualquier extraño a las áreas contraladas por determinado grupos criminales.
Y no sólo desarrollaba esa tarea, sino, también de acuerdo con información de los pobladores, iba más allá e informaba a sus jefes de quienes en la población semirural o semiurbana cuáles vecinos eran susceptibles de extorsiones y cobro de derecho de piso, esa modalidad ilegal de exigir una cuota mensual a dueños de negocios.
Lo conocían como “Raulín”, porque así le decía su mama desde pequeño, y en poco tiempo de actividades ilícitas había mejorado mucho su condición económica familiar. Y su madre y hermana participaban de los beneficios.
Además, de humilde, sencilla y acomedida, la familia se había vuelto prepotente, arbitraria, por saberse parte de un grupo criminal temido en el próspero pueblo de rentable agricultura de riego.
Se había echado al pueblo de enemigo, pero nadie manifestaba su animadversión por el temor que el “Raulín” inspiraba; sobre todo, cuando lo visitaban grupos armados para convivir en su casa.
Por ello nadie lamentó cuando un comando de un grupo enemigo encontró y acribilló al joven, quien, precisamente, por temor a ser atacado en el panteón por otra banda contraria no había acudido al sepelio de su hermana mayor.
Después de los hechos la mamá llegó en un taxi al pueblo, y la bajarse del vehículo lanzó ofensas a los habitantes del pueblo, sin definir a un destinatario en especial.
“Ya estarán contentos. Eso querían: que mataran a mi Raulín. Ya lo lograron, pero hay un Dios y los castigará”, sentenció antes de encaminarse al lugar donde todavía estaba el cuerpo del muchacho.
Nadie de quienes escucharon sus insultos generales le contestó, pero cuando ya había desaparecido, un grupo de vecinos que tomaba cerveza coincidió en una cosa: al recordar eso de “ya estarán contentos”, comentaron: “pues sí”.