Está muy mal que los mexicanos nos hayamos acostumbrado a ver como normal el crecido y creciente número de homicidios dolosos; es decir, las muertes violentas intencionales, y que tampoco nos preocupe la impunidad en más del 90 por ciento de los casos.
En los últimos doce años suman cerca de 250 mil estos homicidios, en una abrumadora proporción, de jóvenes menores de 25 años, como jóvenes lo fueron sus victimarios, en una situación grave para el país.
La brutal escalada de violencia es, además, un círculo vicioso: un alto porcentaje de las víctimas fueron antes victimarios y sus verdugos serán, a la vez, víctimas de otros jóvenes involucrados en actividades criminales.
No menos triste es la situación de todos aquellos jóvenes alejados del universo criminal asesinados para despojarlos de sus bienes, a veces nada más que un celular y unos cuantos pesos, y cuyas muertes siguen impunes, y probablemente nunca se esclarecerán pues, como se dijo, el destino de muchos victimarios es convertirse en víctimas en ese sinsentido de violencia entre jóvenes.
Hace no mucho se hablaba con entusiasmo del llamado “Bono Demográfico”, pero solo la delincuencia organizada y la común parecen haberle sacado beneficio económico convirtiendo a ese ‘bono’, es decir, a nuestros jóvenes, en carne de cañón, clientes esclavizados por la droga o una fuente para financiarse.
Es momento de sacudir conciencias y exigir el alto a esta violencia en la que estamos sumergidos, que no es, no debe y nunca debió ser algo normal en nuestras vidas. México debería ser un lugar pacífico, lleno de oportunidades para la juventud, y no este infierno sin futuro para los jóvenes. No debemos acostumbrarnos a esta situación, ni considerarla normal, por el bien del país y de las futuras generaciones de mexicanos. El silencio también es cómplice.