(Segunda parte)
Los mexicanos no percibimos en su verdadera dimensión, gravedad y complejidad los problemas del país. Conocemos los relacionados con la delincuencia organizada y común, con su cauda de muertos con saña inaudita, delitos directos contra familiares, amigos, vecinos y conocidos, especialmente de robos impunes.
De la misma forma los medios informativos nos enteran de la pobreza y pobreza extrema, de la pérdida del poder de compra de los salarios, de los empleos precarios, de la corrupción, del cinismo de los corruptos y de la falta de castigo por haber creado una red para protegerse, pero nada explican sobre las causas de esta problemática.
México tiene otros problemas igualmente graves que comprometen su viabilidad como estado nación, entre los cuales destaca la pesada deuda pública de aproximadamente 10 billones de pesos, por la cual se pagan 600 mil millones de pesos al año, sólo por intereses. Para dar una idea de lo que representa este monto anual, al tipo de cambio peso-dólar de entonces, lo que ahora cuesta a México el pasivo fue el monto total del endeudamiento del gobierno de José López Portillo en 6 años. Hoy eso se paga de rédito cada 12 meses.
Y 36 años después de haber dejado la presidencia de la República, López Portillo es puesto como ejemplo de irresponsabilidad en el manejo del pasivo. El presidente Enrique Peña Nieto incrementó la deuda pública general en 4.5 billones de pesos, más cuanto se acumule de aquí al 30 de noviembre, y nadie dice que es irresponsable.
Si se ponía en dudas si la deuda de 64 mil millones de dólares, equivalentes a un billón de pesos, era pagable, ya es de imaginar cómo está la situación ahora con 10 billones de pesos de débito. Este problema no lo conoce en su verdadera magnitud y alcance la población, y por el entusiasmo de Ricardo Anaya, Andrés Manuel López Obrador y José Antonio Meade por ganar la presidencia de la República, parece que tampoco reflexionan sobre el tema.
Esta pesada deuda pública se padece en un tiempo en la que el capital financiero, con sus vertientes industrial, comercial y de servicios de todo el tipo, somete a los países, por encima de los poderes institucionales de cada estado nación, destruye soberanías y genera la mayor desigualdad económica, por la concentración de la riqueza en pocas manos en el planeta y en cada nación de toda la historia.
Estos poderosísimos y hegemónicos intereses económicos a escala planetaria se oponen a que los países ejerzan su derecho a decidir libremente su destino. No toleran los modelos de desarrollo económico independientes y mucho menos la distribución equitativa del frutos del esfuerzo de los habitantes de cada pueblo. Impulsan e imponen gobiernos neoliberales.
En este escenario se dará la lucha por la presidencia de la República, pero no se debate.